martes, 13 de abril de 2010

Ciudadanía y Democracia

¿Cómo concebir una democracia consolidada con la ausencia de ciudadanos? Sería como construir un edificio sin pilares, éste inmediatamente caería al primer cisma. Sin embargo, ¿qué implica ser ciudadano y qué tan construida se encuentra en nuestro país?

El concepto de ciudadanía fue algo que tomó un auge particular en la década de los 80 y 90, dado que por un lado la caída del régimen soviético dio al traste con algunas esperanzas de un socialismo trasnochado, pero además, también se dieron varias transiciones en diversas partes del mundo, de regímenes dictatoriales a regímenes democráticos, lo que hizo voltear a la sociedad, y ver cómo estaban las bases para dar solidez, a esta nueva forma de hacer gobierno.

En mucho influyó el tipo de cultura política bajo la que crecieron sociedades en gobiernos autoritarios o dictatoriales. Era precaria una formación cívica, en donde se concibiera que la existencia de división de poderes, era crucial para un mejor desarrollo y evitar así la concentración del poder en una sola persona o élite. En otros sectores veían con desconfianza la democracia para lograr cambios sociales y económicos, y seguían creyendo que la vía armada o la clandestinidad era la única forma de lograr este tipo de cambios. Pocos miembros de la sociedad concebían que también era una responsabilidad de ellos, su desarrollo económico y social, la gran mayoría legaba esta responsabilidad a una élite o a un personaje que decidiera salomónicamente.

Esto hizo que organizaciones civiles, académicos y algunos partidos políticos se volcaran sobre la sociedad, para primero hacer saber que ellos eran ciudadanos en un régimen democrático, pero que la democracia por sí misma no hacía nacer a los ciudadanos, sino había que hacerlos. Es así como se fue dando importancia, a la necesidad de formar ciudadanos. La sociedad pudo darse cuenta de manera paulatina que la democracia dotaba de derechos pero también de obligaciones, lo que conllevaba un sentido de responsabilidad, hacerse responsables de su futuro, del desarrollo político, económico y social que deseaban de su país.

Sin embargo, el ser ciudadano no sólo implicaba atrincherarse desde la sociedad y ver desde lejos como los partidos políticos tomaban las decisiones del rumbo de la sociedad, sino también implicaba tomar parte de los diferentes ámbitos de la vida social, en las que muchos fueron excluidos o se marginaron a sí mismos. Esto último es algo que aún sigue implicando una gran disyuntiva para gran parte de la sociedad, dado que, la mayoría considera que involucrarse es mancharse del fango del desprestigio de hacer y ser político, y que se desea mejor continuar impolutos desde el bando de la sociedad civil.

En el caso de la sociedad mexicana, después de la Revolución Mexicana, varios intelectuales, líderes sociales y escritores, se involucraron en la política, decidieron también formar parte de diversos gobiernos, y así contribuir a la construcción de una nación próspera y democrática. Sin embargo, poco a poco estas intenciones fueron truncadas -tal es el caso de José Vasconcelos, en las elecciones de 1929-, se fue consolidando un régimen unipartidista, que simuló una democracia por gran parte del siglo XX, y esto llevo a que gran parte de la sociedad interesada en participar en la política, fuera excluida, se marginará o participara desde la clandestinidad.

No obstante, el movimiento del 68, y los sucesivos movimientos sociales, fueron desembocando en las reformas electorales del 77, hasta poder llegar a las del 97, en donde se fue logrando la transición democrática. Desde el cisma del 68 hasta el año 2000, gran parte de la sociedad, o mejor dicho de la ciudadanía, se vio inmersa en la transición democrática, muchos vieron que trabajar por consolidar una democracia, era mucho más viable, que trabajar desde las sombras o con un fusil en mano.

Lamentablemente, gran parte de aquellos que participaron en ese proceso y gran parte de la sociedad, creyó que el arribo de la democracia, traería consigo una serie de virtudes y frutos por si mismos, y que entonces sólo había que esperar que estos cayeran paulatinamente. Empero, el gobierno abúlico de Vicente Fox, y la permanencia de gran parte del aparato priísta, al no desmantelar gran parte de un régimen autoritario, llevo a que se dieran una plena democratización del sistema de gobierno y económico.

Sin embargo, esto llevo al desencanto de ese sector, esto generó a la vez, que gran parte de estos, se desmarcaran de los procesos políticos y sólo vieran con acritud pero a la vez con pasividad, los procesos electorales que se fueron gestando. Sin embargo, las elecciones del 2006 volvieron a despertar a ese sector y percatarse, de que aún las instituciones democráticas no estaban consolidadas del todo, a la vez, volvió la mirada a la necesidad de la participación y de ejercer el derecho de ciudadanía.

Asimismo, se observó que había que construir ciudadanía en gran parte del país, no bastaba con logros a nivel federal o a nivel de la Ciudad de México, había que a la vez generar estos mismos procesos en otros estados del país. En cierta medida, las elecciones del 2006, cismaron a ese sector de la sociedad que se mantuvo activa, que ejerció la ciudadanía en otros procesos, y que ahora se percata de lo necesario de seguir haciendo esto y de ampliarla.

La ciudadanía, es la base de todo sistema democrático, y ésta implica de hacernos responsables de la parte que nos toca a nosotros, la vigilancia y auditoria del poder, generar procesos autogestivos para el desarrollo propio, participar desde diversos ámbitos de los procesos políticos, sumarse a las causas sociales, civiles y políticas de diversos sectores que han sido violentados en sus derechos. En la medida en que nos involucremos en estos procesos, podríamos consolidar pilares de las instituciones democráticas, estas tienen que estar sustentadas en la sociedad y no en el poder político. Aún falta un gran trecho por recorrer.

jueves, 11 de febrero de 2010

Repensar la democracia.

¿Cuántas ocasiones se ha escuchado que hay que replantear el sistema de partidos, que incluso hay que establecer un mayor porcentaje de votos para permanecer u obtener el registro como partido, que hay que reducir el número de diputados en el congreso y en general que la clase política ha dejado de representar a la sociedad y sólo se representa a si misma?

Tal pareciera que el ascenso de la alternancia al poder presidencial en el 2000, y la consolidación de una democracia electoral, no deja satisfecha a la mayoría de la población. Sin embargo, también aquellos promotores del cambio democrático ahora se muestran insatisfechos y renuentes frente al nuevo régimen que se ha ido consolidando. Pero la pregunta es ¿en realidad la democracia electoral ha dejado de ser efectiva o la clase política no nos representa?

La democracia no sólo es la posibilidad de votar libre y secreto y de que existan una variedad de opciones por las cuales votar. Si examinamos la forma de participación que existió en diversos momentos de la historia de nuestro país, habría que pensar que la democracia va más allá de la diversidad de partidos y de que exista un sistema electoral independiente y fiable. Los movimientos del 68, del 85, del 94 y del 97, fueron generando una forma de pensar que abrió paso a otros cambios. La sociedad puso en duda que, sólo bajo el autoritarismo y el unipartidismo podía generarse cambios sociales, políticos y económicos.

El 68 fue la expresión más acabada de una forma de pensar diferente, de una generación que se abrió paso entre la loza revolucionaria y el tan anunciado progreso que se había gestado en las últimas décadas. Sin embargo, lo corrosivo de este pensamiento llevó a que el gobierno en turno, acabara de la manera más cruenta con un movimiento que dotaría de una nueva fuerza el proceso histórico del país.

El terremoto del 85, evidenció las fallas de un gobierno que se negaba a democratizarse, de una élite política que se enquistaba y que no daba paso a nuevas formas de gobernar. El desastre despertó la capacidad de acción y de organización de la mayoría de la población. La población en general se percató que la organización podía resolver una crisis, frente a un gobierno ineficiente y cada vez más corrupto.

En enero del 94, un grupo armado, denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional, puso en jaque al estado, puso en duda no sólo el discurso de progreso y modernidad, sino también agrietó, aún más, aquel gobierno monolítico. La sociedad mexicana también se fue consolidando en su capacidad organizativa, comités, colectivos y organizaciones fueron emergiendo aún más, y con ello fueron abriendo paso a otras formas de participación.

En 1997, fue un año cumbre, no sólo para la Ciudad de México, sino para todo el país, ya que avizoraba la transición democrática, tan anhelada a nivel nacional. La llegada del primer jefe de gobierno electo democráticamente, fue posible gracias a las múltiples organizaciones que vieron en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) una puerta, no sólo al cambio de partido, sino también a las formas de hacer gobierno, se vislumbró la posibilidad de un gobierno de izquierda, algo que no sucedía desde la época de Lázaro Cárdenas, y precisamente su hijo representaba esa posibilidad.

Si observamos, en estos movimientos se encontró presente un factor clave, la participación ciudadana. Entonces ¿por qué no se ha hecho hincapié en la cada vez menor participación ciudadana para generar los cambios?

La participación ciudadana, siempre ha generado nuevas formas de actuar en lo público, la acción de las organizaciones civiles, sociales, colectivos y cualquier otra forma de organización, han tenido incidencia mayor o menor en las formas de gobierno y en las políticas públicas. Incluir a una mayor número de la población en los cambios significa que ésta tendrá que estar incorporada cuando se decidan los cambios en ciertas esferas del poder.

Lo que no se ha analizado a fondo, es que detrás de ciertas críticas y desprestigio hacia la clase política, se encuentra una élite económica, la cual, ha decidido con mayor influencia, en diferentes momentos, el rumbo del país. No se podría entender la reforma política propuesta por Felipe Calderón, sino en la lógica de un sector que se muestra aún insatisfecho con la clase política.

Este sector ha generado una sensación de desencanto sobre la política y las formas de participación, no se niega que los partidos también han jugado un papel importante en su propio desprestigio. Pero, lo que se observa es que se pretende restringir el sector de influencia. En la medida en que menor parte de la sociedad participe en el ámbito público, más se sustrae a lo privado, a los privados.

Entonces ¿qué significa repensar la democracia? Repensar la democracia, significa asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde. Los cambios no van a venir por el arribo de un López Obrador o del PRD, el cual ya ha demostrado que cada vez se ve más cooptado y limitado por ciertos grupos empresariales y políticos, ni por los cambios en las reformas políticas. Los cambios se generan porque uno los hace, porque uno decide asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde. La pregunta es ¿somos ciudadanos o súbditos? La ciudadanía implica una serie de derechos pero también de responsabilidades. Habría entonces que mirarnos hacia dentro, y ver que hemos hecho como ciudadanos y como sociedad.

Gritar al aire que la clase política es corrupta y que no sirve para nada, es como escupir al cielo. La mayoría sabe que es más fácil dejar que el otro asuma las responsabilidades, que asumirlas por si mismo, pero a la larga el costo termina siendo impagable. La adultez no sólo se gana con la edad, y una credencial de elector, esta se obtiene cuando la responsabilidad se abraza y los derechos se defienden.