jueves, 11 de febrero de 2010

Repensar la democracia.

¿Cuántas ocasiones se ha escuchado que hay que replantear el sistema de partidos, que incluso hay que establecer un mayor porcentaje de votos para permanecer u obtener el registro como partido, que hay que reducir el número de diputados en el congreso y en general que la clase política ha dejado de representar a la sociedad y sólo se representa a si misma?

Tal pareciera que el ascenso de la alternancia al poder presidencial en el 2000, y la consolidación de una democracia electoral, no deja satisfecha a la mayoría de la población. Sin embargo, también aquellos promotores del cambio democrático ahora se muestran insatisfechos y renuentes frente al nuevo régimen que se ha ido consolidando. Pero la pregunta es ¿en realidad la democracia electoral ha dejado de ser efectiva o la clase política no nos representa?

La democracia no sólo es la posibilidad de votar libre y secreto y de que existan una variedad de opciones por las cuales votar. Si examinamos la forma de participación que existió en diversos momentos de la historia de nuestro país, habría que pensar que la democracia va más allá de la diversidad de partidos y de que exista un sistema electoral independiente y fiable. Los movimientos del 68, del 85, del 94 y del 97, fueron generando una forma de pensar que abrió paso a otros cambios. La sociedad puso en duda que, sólo bajo el autoritarismo y el unipartidismo podía generarse cambios sociales, políticos y económicos.

El 68 fue la expresión más acabada de una forma de pensar diferente, de una generación que se abrió paso entre la loza revolucionaria y el tan anunciado progreso que se había gestado en las últimas décadas. Sin embargo, lo corrosivo de este pensamiento llevó a que el gobierno en turno, acabara de la manera más cruenta con un movimiento que dotaría de una nueva fuerza el proceso histórico del país.

El terremoto del 85, evidenció las fallas de un gobierno que se negaba a democratizarse, de una élite política que se enquistaba y que no daba paso a nuevas formas de gobernar. El desastre despertó la capacidad de acción y de organización de la mayoría de la población. La población en general se percató que la organización podía resolver una crisis, frente a un gobierno ineficiente y cada vez más corrupto.

En enero del 94, un grupo armado, denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional, puso en jaque al estado, puso en duda no sólo el discurso de progreso y modernidad, sino también agrietó, aún más, aquel gobierno monolítico. La sociedad mexicana también se fue consolidando en su capacidad organizativa, comités, colectivos y organizaciones fueron emergiendo aún más, y con ello fueron abriendo paso a otras formas de participación.

En 1997, fue un año cumbre, no sólo para la Ciudad de México, sino para todo el país, ya que avizoraba la transición democrática, tan anhelada a nivel nacional. La llegada del primer jefe de gobierno electo democráticamente, fue posible gracias a las múltiples organizaciones que vieron en el Partido de la Revolución Democrática (PRD) una puerta, no sólo al cambio de partido, sino también a las formas de hacer gobierno, se vislumbró la posibilidad de un gobierno de izquierda, algo que no sucedía desde la época de Lázaro Cárdenas, y precisamente su hijo representaba esa posibilidad.

Si observamos, en estos movimientos se encontró presente un factor clave, la participación ciudadana. Entonces ¿por qué no se ha hecho hincapié en la cada vez menor participación ciudadana para generar los cambios?

La participación ciudadana, siempre ha generado nuevas formas de actuar en lo público, la acción de las organizaciones civiles, sociales, colectivos y cualquier otra forma de organización, han tenido incidencia mayor o menor en las formas de gobierno y en las políticas públicas. Incluir a una mayor número de la población en los cambios significa que ésta tendrá que estar incorporada cuando se decidan los cambios en ciertas esferas del poder.

Lo que no se ha analizado a fondo, es que detrás de ciertas críticas y desprestigio hacia la clase política, se encuentra una élite económica, la cual, ha decidido con mayor influencia, en diferentes momentos, el rumbo del país. No se podría entender la reforma política propuesta por Felipe Calderón, sino en la lógica de un sector que se muestra aún insatisfecho con la clase política.

Este sector ha generado una sensación de desencanto sobre la política y las formas de participación, no se niega que los partidos también han jugado un papel importante en su propio desprestigio. Pero, lo que se observa es que se pretende restringir el sector de influencia. En la medida en que menor parte de la sociedad participe en el ámbito público, más se sustrae a lo privado, a los privados.

Entonces ¿qué significa repensar la democracia? Repensar la democracia, significa asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde. Los cambios no van a venir por el arribo de un López Obrador o del PRD, el cual ya ha demostrado que cada vez se ve más cooptado y limitado por ciertos grupos empresariales y políticos, ni por los cambios en las reformas políticas. Los cambios se generan porque uno los hace, porque uno decide asumir la parte de responsabilidad que nos corresponde. La pregunta es ¿somos ciudadanos o súbditos? La ciudadanía implica una serie de derechos pero también de responsabilidades. Habría entonces que mirarnos hacia dentro, y ver que hemos hecho como ciudadanos y como sociedad.

Gritar al aire que la clase política es corrupta y que no sirve para nada, es como escupir al cielo. La mayoría sabe que es más fácil dejar que el otro asuma las responsabilidades, que asumirlas por si mismo, pero a la larga el costo termina siendo impagable. La adultez no sólo se gana con la edad, y una credencial de elector, esta se obtiene cuando la responsabilidad se abraza y los derechos se defienden.

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